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CIUDAD

Los vándalos de la ciudad no respetan ni a los próceres

En la mayoría de los casos, no se identifica al culpable o no hay suficiente evidencia para aplicarle una sanción y las causas termina archivada y sin responsables.

12/07/2017
Los vándalos de la ciudad no respetan ni a los próceres

Desde hace un tiempo, el Municipio se  encuentra  reacondicionando el monumento a  Juan Pascual Pringles,  ubicado sobre Avenida Presidente  Frondizi.

Renovación de revoques, pintura y nueva iluminación sirvieron para dejar a punto el lugar, embelleciendo dicho espacio.

Lamentablemente,  los vándalos de la noche, han usado el monumento para limpiarse las zapatillas, han roto una luminaria, y han ensuciado todo con barro, sin valorar, ni cuidar lo que pertenece a toda la ciudad. Ni siquiera les interesa su ciudad y su gente, porque sienten que no tienen cabida en ella.

Lamentablemente, estos seres, no conocen lo que significa tener códigos, ni mucho menos lo que son los valores,  ni el respeto por lo propio y ajeno, porque nadie se los inculcó.

 Ni siquiera deben conocer lo que significa ser vándalos. Los vándalos fueron un pueblo bárbaro de la Antigüedad, de origen germano oriental, procedente de la península escandinava, a orillas del mar Báltico.

 El término "vandalismo" pasó a significar un tipo de devastación, como la que ellos realizaban y que se aplicó más tarde a quienes demostraban un espíritu de destrucción que nada respeta ni valora. Así, vándalo alude contemporáneamente a quien destruye por destruir, sin sentido ni justificación, aunque a ese delito pueda  sumarse ocasionalmente el robo.

 En verdad, a esta altura de la civilización, los actos de vandalismo mantienen una cuota de la barbarie del pasado aplicada a cosas materiales y encuentran su lugar propicio en los paseos, plazas, monumentos, jardines, obras de arte, juegos de niños y luminarias, entre otros bienes públicos, vienen siendo objeto frecuente de un empecinado ejercicio de rotura y deterioro.

 Tanto es así que son pocos los espacios públicos que han quedado al margen de esa práctica perversa que no considera ni los valores de la belleza ni de la utilidad, así como tampoco lo histórico ni lo patriótico.

 Es casi obvio, pero necesario, hacer referencia a los gastos que han provocado las continuas reparaciones y los medios a los que se viene acudiendo para defenderlas del asedio de los vándalos, como obras de arte, plazoletas y juegos infantiles, entre otras.

 Es de lamentar que quienes producen esos daños prácticamente no reciben sanción. Resulta abrumador pensar que se hayan cometido miles de esas faltas y que la gran mayoría haya sido archivada por carencia de pruebas o imposibilidad de identificar a los culpables.

 Por ejemplo, el Código Contravencional porteño dispone sanciones de 15 días de trabajo público y multas de entre $2000  y $3.000 para quienes ensucien una propiedad pública o privada; la cifra se duplica en casos de daños a monumentos, escuelas y otros edificios.

En tanto, el Código Penal establece penas de entre tres meses y cuatro años de cárcel para los que atenten contra una propiedad pública.

 No obstante, casi todas las causas terminan archivadas y sin responsables, debido a que no se pudo identificar al culpable o porque no hay pruebas suficientes para aplicarle una pena o sanción, ni siquiera las de los familiares más próximos de estos vándalos, que  tienen a la noche y la madrugada como única diversión. Triste por estos seres, y triste por la ciudad que los debe cobijar.

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