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Los 70 años de César Aira: un cumpleaños sin cumpleañero en la Biblioteca Nacional

20/02/2019
Los 70 años de César Aira: un cumpleaños sin cumpleañero en la Biblioteca Nacional

n el día de su 70º cumpleaños, el escritor César Aira tendrá su festejo en laBiblioteca Nacional Mariano Moreno. Aunque los organizadores del encuentro temen que el autor nacido en Coronel Pringles en 1949, y que desarrolló una obra narrativa y ensayística impar, no asista a su propia fiesta, de todos modos lo homenajearán el próximo sábado en el Festival César Aira. La cita será en la Plaza del Lector, a partir de las 18. El primer libro de Aira fue Ema la cautiva, novela publicada en 1981 por Editorial de Belgrano. El próximo título que sumará a su proteica obra es El Presidente, que lanzará Mansalva en pocas semanas.

Elogiado por colegas nacionales e internacionales, el mismo Aira se volvió personaje en sus fábulas, donde suelen ocurrir episodios tan mágicos como hilarantes, en escenarios diversos como Coronel Pringles, el barrio de Flores (donde vive el escritor), Rosario, las sierras de Córdoba, los alpes suizos, las islas del Caribe y la Patagonia. Suerte de atlas de la imaginación novelesca contemporánea, Aira es uno de los escritores más influyentes de la Argentina.

 

En 2018, su amigo el escritor Ricardo Strafacce publicó César Aira, un catálogo (Mansalva), en conmemoración del primer centenar de libros del escritor. Cuando a inicios de 2018 se publicó El gran misterio (Blatt & Ríos), Aira llegó a esa cifra de títulos, récord en la historia de la literatura de todos los tiempos. Pero eso hoy ya es historia antigua, porque desde entonces se conocieron nuevos títulos del autor de Cumpleaños. No solo por cuestiones cuantitativas, se puede decir que César Aira es el Balzac de la Argentina.

Pocas editoriales de ficción y ensayo del país no tienen un libro de Aira en sus catálogos: desde Beatriz Viterbo hasta Emecé, pasando por Literatura Random House, La Bestia Equilátera, Eloísa Cartonera, Tusquets e Iván Rosado publicaron novelas, nouvelles y ensayos del autor. También sellos hispanoamericanos, como Anagrama, en España, y la editorial de la Universidad Diego Portales, de Chile, dieron a conocer libros del argentino. Investigadores como Sandra Contreras y Mariano García dedicaron estudios a su obra y el escritor Ariel Magnus acaba de publicar Ideario Aira (Literatura Random House), un diccionario de las ideas y teorías más o menos surrealistas que se despliegan en la obra del escritor.

 

 

Fueron los mismos editores los que resolvieron festejar a Aira y su literatura en la Biblioteca Nacional. Ya confirmaron su presencia Gabriela Bejerman, Fernanda García Lao, Ana Ojeda, Strafacce, Mauro Libertella y Osvaldo Baigorria, entre otros. Ornella Benevento y Manuel Navarro pondrán música al encuentro que, en caso de lluvia, se realizará en la explanada de la institución.

"El origen del festival fue la intención de celebrar dos hitos: los setenta años de Aira y los cien libros publicados, a los que llegó el año pasado, teóricamente -dice Ana Ojeda, que editó Triano, de Aira, en la colección Exposición de la Actual Narrativa Rioplatense-. Emecé, además, eligió febrero para relanzar El juego de los mundos, que faltó durante mucho tiempo en librerías, en una nueva versión, corregida íntegramente por el autor. Con lo cual, todo parecía propicio para hacer algo". La primera edición de esa mítica novela publicada en 2000 por un sello independiente de La Plata (El Broche)se cotiza en más de 15.000 pesos en MercadoLibre.

En el festival habrá lecturas, música y venta de libros (todos de Aira, por supuesto) de las editoriales nacionales que puedan acercarse con su material. Además, participará su agente europeo, Michael Gaeb. El librero que jura tener los cien y más títulos del autor, Federico Sabot, no será de la partida. Los organizadores prometen, además, que compartirán un vino de camaradería para brindar a la salud del autor de El congreso de literatura.

"Pensamos que era una buena idea celebrar a un autor vivo y en plena producción, de una manera desacartonada, no académica, simplemente releyéndolo en el marco de la plaza, justo en el día de su cumpleaños", agrega Jorgelina Núñez, que trabaja en la Dirección de Cultura de la Biblioteca Nacional. Los gastos del festejo correrán por cuenta de los editores.

Consultado por LA NACION, el escritor argentino anticipó que no estará presente en el festival que se celebra en su honor. "Les dije a los organizadores que hicieran lo que quisieran, siempre que no me obligaran a ir". Y confirmó que, en marzo, Mansalva publicará su nueva novela, de tema político, titulada El Presidente. A continuación, adelantamos un fragmento de ese texto.

No sólo en los cuentos orientales sucedían estas cosas. En pleno Occidente, y en un país tan descreído de magias y misticismos como la Argentina, su Presidente salía de incógnito por las noches, a mezclarse con el pueblo y palpar en persona sus dichas y sus penas. Pasada la medianoche se abría una puerta trasera en la Casa Rosada y una sombra furtiva se escurría por ella y se alejaba con paso rápido por las calles oscuras entre bancos y ministerios, moles desiertas y cerradas a esa hora, hasta llegar a los barrios populares, donde la vida no se detenía pasados los horarios de oficina. Allí adoptaba un paso más lento, de observador, y el mundo sobre el que presidía se abría para él.

No ganaba, ni buscaba, ningún rédito político con esta actividad, que mantenía en secreto. Lo movía algo tan ajeno a la política como era el amor. En la órbita de este sentimiento se volvía inmune al afán de los opositores, que mientras él fundía su corazón con la noche de los humildes, ellos velaban conspirando para que terminara su mandato antes de tiempo, y rebuscaban en los archivos pruebas de corrupción o cuentas secretas en el exterior. De madrugada el sueño de las almas vencía a la división de poderes, hacía a todos los hombres iguales bajo el manto de la compasión, y el Presidente, por su cargo, era todos los argentinos, y todos los argentinos eran él.

Miraba con curiosidad apasionada a los trasnochadores que parecían aglutinarse en islas de luz precaria. El colectivo que pasaba, violentamente iluminado, con unos pocos pasajeros adormilados, la pizzería en la que se demoraban los últimos comensales, la parejita que se abrazaba en un zaguán. Su anonimato estaba asegurado porque nadie nadie podría reconocerlo a partir de los retratos oficiales. Alguien con el que se cruzaba lo miraba extrañado, sintiendo algo que no sabía qué era, y probablemente le quedaría toda la vida la sensación de haber vivido un hecho trascendental, sin saber nunca qué había sido. El Presidente por su parte se sentiría responsable por ese hombre, como si lo hubiera soñado.

La ciudad guiaba sus pasos, como un cuento interminable. Detrás de las fachadas habían tenido lugar toda clase de dramas, serios o jocosos, graves o no. Ellos también pertenecían a la jurisdicción del sueño; en todos ardía el anhelo de la intervención de la realidad, la espera de la suerte alada que viniera a sacarlos de donde estaban y los llevara a la patria de los grandes deseos, al imposible. El Presidente, en su carácter de Hombre Providencial, estaba habilitado para intervenir, pero hacerlo privaría al destino de sus más bellas inminencias, por lo que se abstenía. Los argentinos tendrían que arreglárselas solos. En esa severa limitación encontraba una poesía que expresaba lo humano, la compasión y el sentido común.

El plasma de su electorado, en las horas muertas de la noche, se mostraba en distintas formas, ya eran los jóvenes que gastaban su salud y energía en la pérdida del tiempo y las drogas baratas, ya el anciano caminando con dificultad pero aferrándose a la vida. O los que revisaban la basura, los más pobres entre los pobres, que sin el menor resentimiento social negociaban su desesperanza hasta el amanecer en sus carritos. Qué humanidad. Y en el cielo, las estrellas que se hacía difícil ver por causa de la iluminación artificial de la ciudad, que formaba un globo amarillo que sólo las vistas más agudas lograban atravesar, las estrellas eran las almas de los argentinos muertos, las más brillantes las de los Presidentes que lo habían precedido. La Luna, entretanto, marcaba las horas con su paso.

LA NACION 

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