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MARCO PAOLETTI

"El amor a la naturaleza"

11/07/2020
"El amor a la naturaleza"

Este proceso natural y reflexivo comienza, para dar como fruto un texto tanto para jóvenes como para adultos, que permite pasar el mensaje de lo escénico y de lo originario de este contexto.

 


Este artículo se escribe desde un teléfono celular "inteligente", con todas las dificultades técnicas que puede tener escribir así un artículo para una revista. En estos tiempos de pandemia, estamos (estoy) aprendiendo que lo "óptimo" es lo que tengo a mano, que el valor más hermoso es compartir y que el conocimiento viene de "lo que estuvo antes".

Es importante que nos situemos respecto de dónde y cómo estamos, tanto el lector como el que escribe. En este momento estamos (estoy) a 50 km del pueblo más cercano, Coronel Pringles, en la provincia de Buenos Aires, viviendo en el campo, más puntualmente en la estancia donde crecí: San Manuel. Estamos mi madre (conocida entre amigos cercanos como "Mamá Clara" y, sino, como "Clara") y yo viviendo codo a codo, mano a mano, esta experiencia de la cuarentena y el aislamiento total... Comemos nuestras verduras y frutas, las conservas hechas en el verano, cordero, liebre y vizcacha. Tomamos un mate por las mañanas, escuchando audios del Curso de Horticultura Agroecológica dictado por Walter Tejada (via whatsapp), aprendiendo sobre biofertilizantes y control de plagas. En ocasiones cortamos nuestras acelgas, zanahorias y berenjenas mientras escuchamos la radio, que funciona con una antena hecha de alambre, porque "lo viejo funciona mejor que lo nuevo".

Es así como todo este proceso natural y reflexivo comienza, para dar como fruto un texto tanto para jóvenes como para adultos, que permite pasar el mensaje de lo escénico y de lo originario de este contexto.

"Lo que te quise enseñar fue el amor a la naturaleza" -me dijo, mientras podábamos un cedro azul, y me di cuenta de que ahí estaba una vida dedicada, llena de esfuerzo, de días y noches para hacer crecer algo -que no es tan fácil-, de pruebas y errores, ya que antes no había tanta información como ahora... Y me dijo: "si no le enseñás a tus hijos de chicos, después no les podes pedir que de grandes amen la naturaleza", y ahí volví a recordar cuánto tiempo pasé en el pasto, en la tierra, con los perros, con las plantas, los árboles... Picaduras de abejas, patadas de caballos, espinas difíciles de sacar, caídas dolorosas... "Te dije que te iba a pasar", "abrigate", "se te van a mojar las zapatillas por el rocío, mejor ponete las botas...". Y todo ese ida y vuelta de lo cotidiano, con el tiempo y mirando para atrás, se vuelve más mágico. De niños, la tierra hace ruido y nos habla; es cuando estamos escuchando pero, muy posiblemente, todavía no entendamos. Sentimos lo que nos hace bien, y después no tenemos dudas sobre las opiniones de los demás, porque cuando la tierra habla, habla para siempre.

Una cultura prehispánica mexicana usa una palabra muy hermosa para el concepto de "respeto": tlatepanita, que quiere decir: "te veo como a la Madre Tierra". Por esa misma definición, si te veo como a la Madre Tierra, entonces te respeto.
Hermoso es, en estos tiempos de confinamiento total, volver a decirnos que sí se puede, que metamos las manos en la tierra, porque ahí está toda la sabiduría, tanto la ancestral como la presente. En cada día que pasa aprendo cómo una madre dedica el tiempo de vida a su hijo y cómo la misma tierra hace lo mismo con todos nosotros.
Somos "presente" y, por ende, "somos un regalo", tanto para los demás como para nosotros mismos. Hay tantos indicios que cuentan historias en un monte de campo: el ruido de la usina por unas horas en la noche -porque "la luz del pueblo todavía no llegó"-, la huerta hecha en un tanque australiano y un escuridero de ovejas, porque "es lo qué hay".

Hoy, en tiempos donde las "4 R" están de moda (reducir, reutilizar, rechazar -embalaje innecesario- y reciclar), el hombre de campo, con sonrisa de padre, no cuenta que, desde hace años, usa botellas de vidrio cuando no hay ladrillo; cómo reutiliza cuando usa el tacho de gasoil de 200 cortado para hacer una mezcla; cómo es la vida donde siempre el "menos es más", tanto porque no hay más como porque lo fácil y lo conveniente es muchas veces lo que se hace ya por costumbre y tradición.
Y cuánto sabe la gente de campo lo que es "atar con alambre", regar todo a mano con regaderas porque todavía es difícil entender esos sistemas de riego por goteo y que el agua viene del molino, y que si hay mucho viento se puede romper la máquina del molino entonces a veces hay que cerrarlo (ahí las máquinas modernas se encuentran con las viejas y es la situación actual que vivimos). En sus miles de variables, parece que el campo y la naturaleza son fuentes fractálicas de aventuras que nunca podremos terminar de entender.

 

 

Sabe también que pensarnos como alumnos de tanta grandeza ya es saber tanto; que escuchar a los que estuvieron y están es aprender a no equivocarnos; que más se sabe por viejo que por diablo; y que, más que un padre, es un amigo. Hay tantas mañas, tantos trucos...

Qué lindo sería aprender de los que saben y que ellos nos lo quieran transmitir. Cuántos momentos únicos nacen al plantar en familia una huerta de otoño - 70 hinojos, 30 brócolis, 30 coliflores, 40 acelgas y 40 remolachas- y salir a la noche a buscar las orugas que se comen la coliflor... Tanta trascendencia en un acto tan simple. ¿Y cómo sería si nos pensáramos intrascendentes? ¿Y qué sentido tendría pensar en los que van a venir?

Me llena de alegría cada día poder ver este pequeño ciclo de verano-otoño que pocas veces pude ver (porque no estaba, porque estaba viajando), y hoy, aquí y ahora, busco bailar con las hormigas, entender a los pulgones y -desde una mirada agroecológica- hacer eco-ladrillos mientras corro a dar de comer a los chanchos y a buscar los huevos, ver cómo están los alambres, si un rayo mató a dos caballos, y a la vuelta pensar si habrá muchos zorros para cuando nazcan los nuevos corderos en el invierno.

Es importante, en esta era en que el tiempo y la concentración de los jóvenes duran tan poco, contarles nuevamente sobre el tiempo y el ritmo de la naturaleza; sobre cómo los pajaritos, ramita por ramita, construyen un nido, y también cómo el hornero hace el suyo; cómo la semilla se transforma en plantín, de ahí va a la tierra, y de la tierra nos da frutos.

La naturaleza nos habla y espero que tengamos orejas para escucharla. Ella sigue en su ritmo y con sus enseñanzas. Aquí estamos camino a escucharla, tal como de niñas y niños una vez escuchamos a nuestra madre; hoy estamos para volver a hacerlo.

MARCO PAOLETTI

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