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BICENTENARIO DE LA BATALLA DE CHANCAY

Coronel Juan Pascual Pringles, un guerrero valiente y leal a la patria

27/11/2020
Coronel  Juan Pascual Pringles, un guerrero valiente y leal a la patria

 A doscientos años de la Batalla de Chancay. El General San Martín, lo premió, junto con sus soldados, con el Escudo de Chancay. Nuestra ciudad lleva honrosa el nombre del bravo Coronel.

 


Vivió un tiempo de guerras y batallas, de tumultos y asonadas, de intrigas y violencias. Participó en las guerras de la Independencia bajo las órdenes de San Martín y Bolívar. Peleó en Junín y se dio tiempo para salvarle la vida al general Necochea. Bajo las órdenes de Sucre probó el filo de su espada en Ayacucho, la última batalla de la Independencia. -

Su carrera militar fue breve. Apenas diez o doce años. Se inició como alférez, y cuando murió era coronel. No fue un militar de escritorio. A diferencia de nuestros contemporáneos, oyó silbar las balas, sintió la mordedura del plomo en la carne. Todos los ascensos los ganó en el campo de batalla. Allí también ganó las medallas y esas otras medallas que quedan marcadas para siempre en el cuerpo de un guerrero: las heridas y las cicatrices de las heridas.
Ganó y perdió batallas. Nunca se rindió. No concebía que un soldado se rindiera sin pelear hasta el último cartucho. "Hemos venido al Perú a pelear, no a rendirnos" le contestó a un asombrado oficial español que no terminaba de entender por qué, después de guerrear con quince hombres contra un batallón de 500, había rechazado toda oferta de rendición.
Asegurada la libertad de la patria grande, se metió de lleno en las guerras civiles. Fue uno de los brillantes oficiales de Paz. Alguna vez fue soldado de Isidoro Suárez, el ilustre antepasado de Jorge Luis Borges. Luego está al lado de Paz en San Roque, La Tablada y Oncativo.
Participa en expediciones militares donde diariamente se juega la vida peleando cuerpo a cuerpo, facón a facón, bala contra bala. En uno de esos encontronazos -en medio de un paisaje áspero y desolado- perdió la vida. Artimañas del azar. Murió en San Luis, su provincia. Herido de muerte, clamaba por un trago de agua que nunca llegó. Tenía 36 años, y desde los veinte su único oficio había sido la guerra.

Batalla de Chancay
En las Chacras de Osorio, el joven Pringles se incorpora al ejército que San Martín estaba formando para marchar a Perú. La expedición sale de Valparaíso el 20 de agosto de 1820. Tres meses después Pringles vivirá su hora más gloriosa. San Martín le había encargado que acompañara a un emisario que debía negociar la deserción de un regimiento español integrado por americanos.
Pringles sale con diecisiete granaderos. En la Caleta de Pescadores, cerca de Chancay, decide hacer un alto. De pronto aparecen en el horizonte dos escuadrones de dragones armados hasta los dientes. Son más de 500 hombres contra 17. El jefe español exige rendirse. El único grito que se oye en el silencio atroz de la tarde es su voz gritando "a degüello" .
Los godos no podían creer lo que estaban viendo. Apenas diecisiete hombres se abalanzan sobre ellos como si fueran soldados de juguete.
Después del primer encontronazo, Pringles y un puñado de sobrevivientes quedan acorralados. Al frente, los españoles; a sus espaldas, el océano.
La voz de general Valdez vuelve a reclamar rendición. Pringles no lo duda. No ha venido al Perú a rendirse. Se envuelve en la bandera y se lanza con sus soldados al abismo.
El coraje es contagioso. Desde el acantilado, los soldados españoles saludan a los bravos. Las olas los arrastran hasta la costa. Valdez propone ahora la rendición condicional.
A Pringles y a sus soldados se les respetará la vida y no están obligados a entregar documentos o a revelar secretos.
Unas semanas después, los prisioneros serán canjeados por prisioneros españoles. Valdez le envía un parte al coronel Alvarado en el que pondera las virtudes guerreras de Pringles.
San Martín, cuando se entera de la noticia, no lo duda y pese a la desobediencia por no acatar su orden de no presentar batalla, premió a los protagonistas de ese episodios con un escudo que dice: "Gloria a los vencidos en Chancay"..
Y entramos ahora al último tramo de la historia. El escenario son las soledades de San Luis y Córdoba.
Otra vez la mano del destino. Pringles acaba de ser derrotado por las tropas de Facundo Quiroga en San José del Morro. Se repliega hasta la provincia de San Luis. Está rodeado. Lo sabe y no le importa. Confía en su estrella. Ha conocido momentos peores.
En las orillas del río Quinto es derrotado otra vez. Un oficial le ordena rendirse. Pringles dice que sólo entregará su espada al general Quiroga. El oficial le dispara a quemarropa. Era el 19 de marzo de 1831.
Durante dos o tres días Pringles agoniza en medio del desierto. La patrulla llega finalmente hasta el campamento de Quiroga. Orgulloso, el oficial le muestra el cadáver. Quiroga ya está enterado de todo. Siempre sabía todo. Sus ojos negros brillan furiosos. Los destinatarios de aquellas miradas fue lo último que vieron en la vida.
" ¡Por no manchar con tu sangre el cadáver del valiente Pringles -le dice- es que no te hago pegar cuatro tiros ahora mismo!. ¡Cuidado otra vez -miserable- que un vencido invoque mi nombre!"
Quiroga se ha sacado su poncho, el poncho que lo acompañó en tantas batallas y que lo protegió del frío y de la lluvia, de la soledad y de las derrotas. Se ha puesto de rodillas. Los hombres lo miran en silencio. Con un cuidado, con una delicadeza que ninguno de sus soldados conocía, cubre el cuerpo del bravo coronel Pringles. Imposible un homenaje más justo y más digno
Ejemplos como este, que abundan en nuestra historia argentina, deberían ser tenidos en cuenta a la hora de poner pecho, no solamente a las armas enemigas, sino también, incluso, hasta la ofensa verbal y cobarde de quienes pretenden atacar o insultar a las instituciones de la República.
He aquí, una vez más, otra de las muy actuales enseñanzas que nos da nuestro venerable pasado, y en este caso, relacionado con nuestro héroe Juan Pascual Pringles. Pasó a la historia por un acto de arrojo, en el combate de Chancay. Pero su importancia va más allá de ese hecho aislado: fue soldado de tres guerras y murió en acción.

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